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Ferreterías

La sorprendente historia de un ferretero tradicional

Puerto Rico.- La atención y la búsqueda de soluciones ha sido, precisamente, el gran atractivo de la ferretería de Ángel Luis González.

“Ajá, Pellito, si no ves (lo que buscas), me preguntas”. “Dime, Tita”.
Con esa familiaridad recibe Ángel Luis González López a sus clientes en la Ferretería Luimar, cuyo nombre es un compuesto del suyo y el de su madre, María.

Es la última ferretería pequeña que queda en el casco urbano de Lares, donde los clientes llegan con una pieza pidiendo un reemplazo o cuestionando si deben instalar todo el sistema nuevo. Van a buscar desde un tornillo hasta una goma de bicicleta, un taco de billar o una licuadora. Hay de todo como en botica.

Ángel contó la historia de su establecimiento en una entrevista caracterizada por las interrupciones de clientes que llegaban a comprar y a contar anécdotas.

“Este candado, ¿cuánto vale? ¿Y esta escobita?”, pregunta una clienta, que luego eligió otros artículos y terminó pagando $12.95. “Ahí se me fue la ganancia”, dijo en bromas.

“No. ¿Cómo va a ser?, si los Reyes (Magos) vinieron ‘cargaítos’ este año”, le respondió el ferretero.

A los pocos minutos llegó otro lareño, con una pieza plástica pequeña. A ese, Ángel lo saludó por su apodo. Era Pellito, que necesitaba pegar la punta de un taco de billar.

“Te voy a conseguir una peguita 3M para ese invento tuyo. Hay gente que las pone a presión nada más, pero con Crazy Glue le pones una gotita y más nada”, le explicó Ángel, no sin antes mostrarle que también vende tacos de billar.

La atención y la búsqueda de soluciones ha sido, precisamente, el gran atractivo de esa ferretería, según contó la esposa del propietario, Eloína Durán. “Aunque hubiera empleados, la gente quería que él los atendiera por eso, porque les busca soluciones”, señaló quien hace unos cinco años se integró al trabajo en el negocio.

Y es que, aunque continúan operando, la situación no es la misma desde que llegaron al País las grandes cadenas. Ángel recordó que llegó a tener dos guaguas para entregar mercancía de todo tipo y varios empleados.

Pero, “ahora lo que tengo es miscelánea. El negocio verdaderamente no da”, indicó para explicar por qué solo trabajan ellos dos. Lo que pasa es que “yo tengo unos gastos todavía y con el negocio los manejo”, dijo para explicar por qué sigue al frente de la ferretería.

“Y porque se entretiene”, interrumpió Eloína para decir, quizás, la verdadera razón. “La base de todo es que le gusta”, agregó para describir al hombre que trabaja desde que se graduó de cuarto año y que fundó su propio negocio hace 37 años.

“La clave del negocio es ser estable. Que si no vendiste mucho hoy, pues sigue y otro día vendes más. Hay que mantenerse”, reflexionó Ángel, cuyos hijos Tamara y César ya son profesionales.

A veces, incluso, deja de vender para proteger al cliente. Ese fue el caso de una mujer que llegó en medio de la entrevista a buscar la pieza de una licuadora, sin saber el modelo. La clienta insistía en comprar la pieza, pero Ángel la convenció de no hacerlo hasta llevar el equipo para estar seguro de que ella no perderá su dinero.

Emprendedor

Natural del barrio Callejones, Ángel es el hijo del medio de un total de tres y quedó huérfano como a los siete años. “La mai mía se quedó viuda porque el pai mío era veterano, y cuando salió del Ejército se pegó un tiro y se mató, él se fue en el 47… en el 47”, reveló hablando lento y repitiendo, como reviviendo aquellos tiempos.

“Ella cogió una pensioncita de Veteranos y cogió esta casita como en el 55”, dijo sobre el local en el que ubica su ferretería.

En esa casa él creció y terminó el cuarto año, luego del cual se fue a trabajar a una ferretería que había en el pueblo. Allí trabajó entre 10 y 12 años hasta que el negocio cambió de dueños y él decidió montar su propio negocio.

“No tenía dinero y mi mamá fue conmigo al banco y el gerente me dijo: ‘tráeme las escrituras de la casa’. Yo estaba pidiendo un prestamito de $15,000 y como ellos se quedan con una parte, me dieron $13,000. Compré unos equipitos y como $8,000 en mercancía, y dejé $3,000 guarda’os por si la cosa me iba mal. Pero, ¿qué pasa?, que gracias a Dios –y toca madera tres veces en el mostrador– no los usé”, recordó.

Con unos ahorros que tenía arregló el local y se mudó con su mamá y un hermano al sótano del lugar. Al poco tiempo se casó con Eloína, hicieron un préstamo personal para saldar el anterior y a los años le construyó una casa a su mamá en los altos de la ferretería.

Desde entonces, la Ferretería Luimar ha sido la fuente de su sustento y el punto en que los clientes van a comprar y a compartir vivencias diarias.